jueves, 4 de junio de 2015

Previas eran las de antes

Todos vivimos una etapa de la vida donde todo era fiesta. Joda. Algunos siguen hasta hoy. Otros la empiezan a vivir.
Recuerdo encaminar mi año liceal para no ligarme muchas puteadas, salvar algún que otro examen y consecuentemente planear, prácticamente, los boliches a los que asistiría el resto del año.
Recuerdo mirar el reloj esperando con ansias el pitido del timbre y que, como todo lo que uno espera en la vida tarda, siempre parecía retrasarse uno o dos minutos. Que obviamente la sensación de espera, era de media hora.
Salía de estudiar, y me juntaba con mis amigos y compañeros de clase en un kiosko. Sí, un kiosko que estaba, mejor dicho está, cruzando la calle del liceo y por el cual pasaron todas las generaciones del mismo. Esto se daba por el consumismo de parte nuestra, de salir y comprar algo, y también las ganas de disfrutar un rato más, pero ahora más libres, de nuestros amigos. Pero también porque el kiosko y sus dueños siempre nos abrazaban de la manera más cálida. Por ejemplo no recuerdo un cumpleaños que no me hayan regalado un bombón, un chocolate, un abrazo. Esto último es lo único que no engordaba, calóricamente hablando. Aunque sí ensanchaba el alma (*aaaahhh...*)
Los que hicimos nuestros estudios fuera de Montevideo, más específicamente en Las Piedras, sabíamos que no existían demasiados lugares para reunirnos más que la casa de alguien, el parque, alguna pizzería, el Patas Largas dónde jugábamos unos ping pong o alguna carrera de autos, y los mormones (no en la iglesia, sino en la esquina).
La cosa era sencilla, un viernes después del liceo cada uno arrancaba para su casa despidiéndose y recordando "nos vemos de noche". DE NOCHE, no de madrugada.
Nos juntabamos a las ocho, nueve, antes que cerrara el super. Hacíamos la vaquita y nos íbamos de gira a la gran superficie a comprar snacks y alcoholes. Y a veces comida.
Es así que a las diez estábamos en la bendita y deseada PREVIA.
Previa al baile. Baile que promocionaba el "chicas free" antes de las doce, una.
Nosotros, mi grupo de amigos y yo, si bien nos venía bárbaro entrar gratis porque andábamos con los pesos justos, no nos permitiamos ser los soldaditos vanguardistas que estuvieran ahí parados esperando que cayera gente. Entonces cerca de la una de la mañana, una y media, estábamos agarrando las carteras, billeteras, chicles, celulares (no smartphones) y arrancábamos.
Alguno siempre quedaba en el camino por el pedo que se agarraba en la previa. Pero eso era lo lindo. Básicamente juntarse, tomar algo, conversar, tomar algo, reírse y también tomar algo. 
La cuestión es que a la hora que llegaras al baile, ya entrabas bailando.
Hoy las previas son a las doce. Hacés todo lo que hacías antes, pero sumado a setenta y nueve bostezos. Y al baile se va a las tres, tres y media.
De hecho la bienvenida que habitualmente da el Dj, es a esa hora.
Ya no tengo diecinueve, pero eso no quiere decir que se me terminó la vida nocturna. Si la previa la arrancamos a las diez, después de comer, tomar, conversar y mutar, me duermo esperando hasta las tres y media. Y si vas a un baile antes de las tres y media, ayudás a ordenar la barra.
Cuando llego a esa hora y encima tengo que pagar trescientos pesos la entrada por una hora o dos, sumado a lo que salen las bebidas en algunas barras, me muero.
Y ni hablar si no sale previa y "nos encontramos directo en la puerta del boliche". Un ser humano muy fisurado por la noche, o muy descansado física y mentalmente, aguanta en su casa hasta las tres y media de la mañana para salir.

No tengo veinte, pero tampoco cincuenta. Si nos dan ganas de salir, ¡vamos a salir pa'buena!

Queremos salir temprano y volver tarde. O salir temprano y volver temprano. O no. Pero que valga la pena esa entrada. Que valga la pena ese taxi que nos lleva y nos trae. O ese amigo pierna que "hoy" no chupa para manejar.
En fin, que valga la pena arrastrar las patas al otro día.
¡Salú!